¿Por qué he escrito este libro?
Mi nombre es Carles Gomila, artista y co-fundador de Menorca Pulsar.
En este libro te explicaré todo lo que aprendí en el taller de Costa Dvorezky, poniendo en orden todas las notas y fotografías que tomé.
Cuando conoces a alguien a quien admiras mucho, casi siempre lo imaginabas más alto de lo que es en realidad. Como si la magnitud de la veneración y la estatura física fueran de la mano. Por eso conocer en persona a una estrella puede ser algo decepcionante.
Bien, pues puedo decir que no me ocurrió con Costa Dvorezky, porque el tipo impresiona bastante. Es un hombre vigoroso, fuerte y con una mirada llena de empuje, incluso con jet lag.
Costa hablaba con frugalidad, como si el dispendio de palabras fatigara su temple, y todo en él me sugería que era un luchador. Poco después de nuestro primer apretón de manos, demostró que también sabía divertirse con la misma viveza con la que pinta.
¡Qué gran tipo!
Verás, en los talleres el buen rollo no lo inician los participantes, como cabe esperar. Bueno, a veces sí, pero es raro que ocurra así. El que enciende la mecha es el profesor. Es como si diera un pistoletazo de salida, algo que sencillamente ocurre porque tiene que ocurrir. Y sin ser yo un tipo romántico, diría que es un momento mágico.
…a veces es un gesto de complicidad en plena demostración, o unas copas de vino de más después de la cena. Pero siempre hay una chispa que hace que todos capten que la aventura ha arrancado y que el tiempo vuela.
En ese momento todos se sienten como en casa y rodeados de amigos que no sabían que tenían.
Mágico, como te decía.
Y ahora, conociendo un poco mejor a Costa, te diré por qué he escrito este libro: porque quiero que conozcas mejor a esta mente brillante.
Quiero dejar testimonio de su filosofía de vida, además de su peculiar forma de destrozar las reglas y enardecer la libertad.
También hablaré de su método, por supuesto, pero no te lo tomes demasiado en serio. Estoy seguro de que él no lo querría así. Porque más importante que su técnica es el modo en que funciona su cabeza, la forma en que toma decisiones y vive la pintura. Cómo asume riesgos. E intentaré, en la medida de lo posible, desvelar toda su sabiduría en este librito.
Todo este buen rollo es gracias a ti, Costa. Gracias por hacerlo posible.
Carles Gomila. Menorca.
Diciembre de 2018.
INTRODUCCIÓN
Planeta Dvorezky
El universo del arte no es monolítico. Es un espacio infinito minado de estrellas, planetas y fenómenos. Y cada planeta tiene sus propias leyes físicas y civilizaciones.
Destapa tu mente, porque todo cabe en este universo.
En mis anteriores libros —y en el de Mark Tennant, especialmente— hablaba sobre la necesidad de planificar las pinturas y la importancia de la disciplina.
Uno puede llegar a pensar que la planificación y la disciplina son reglas indispensables para hacer buena pintura en este universo. Pero no, eso solo funciona en algunos planetas.
En la Galaxia de la Figuración hay incontables estrellas donde orbitan planetas con una luz, gravedad y horizontes únicos. Y ahí encontramos al Planeta Dvorezky, una pequeña y brillante esfera veteada de siena tostada e índigo. No se parece a ningún otro y se diría que va a su bola.
En el Planeta Dvorezky hay pocas leyes, pero bien hechas. Un lugar libre y próspero donde se respeta el pasado sin renunciar al presente. Donde el error no se deshecha porque es el mejor material de construcción. Ni nadie aspira a ser perfecto, sino suficientemente bueno. Solo hay una cosa innegociable: aquí la burocracia y el aburrimiento son motivo de expulsión.
A este planeta se viene a vivir el arte, no a organizar comités para debatir sutilezas.
Costa Dvorezky destroza delante de tus narices un buen puñado de reglas físicas que parecían inalterables en tu planeta. ¿Y sabes qué? En su planeta esto funciona la mar de bien.
«No enseño ni adoctrino, lo que hago es relatar».Cita de sus ‘Ensayos’. Michel de Montaigne (1533–1592).
Pero el Planeta Dvorezky no es tu planeta, y su embajador nos lo dejó muy claro: «yo no os voy a enseñar nada, solo comparto mi experiencia».
Y es un alivio que, por una vez, llegue alguien respetuoso y sin la oscura intención de colonizarte. Su embajador solo quiere que lo aprendas todo de su planeta para enriquecer el tuyo, pero de ningún modo desea que pierdas tu identidad.
Porque tu planeta, créeme, es único y precioso. Te irá bien aprender cómo se las arreglan en otros lares, pero tu casa es tu casa. Y en tu casa, tus reglas.
Nunca olvides eso, porque no todos los planetas vienen en son de paz.
¿Quién es Costa Dvorezky?
Costa Dvorezky nació en Rusia en 1968 y obtuvo sus superpoderes en el Colegio de Arte y la Academia de Artes de Moscú, pagando sus estudios ilustrando libros para niños.
Confiesa que a veces se siente como si viviera eternamente en la escuela, en el sentido de no tener responsabilidades y que su único deber es pintar y divertirse. Quiere aprovechar esa sensación, alargarla toda tu vida. No en vano afirma tener el mejor trabajo del mundo porque hace lo que le apetece hacer todo el tiempo.
Nada de querubines ni de idilios pastorales. Nada de buscar temas bonitos; solo buena pintura. Sólida como una roca, radiante, vigorosa, potentísima. Costa Dvorezky ama la pintura por encima de cualquier tema: pinta sin miedo, sin buscar el aplauso, sin necesidad de argumentos y sin la pretensión de demostrar nada a nadie. Lo suyo es una necesidad vital, y es absolutamente sagrada.
Para él la pintura es la celebración de un estilo de vida emancipado de la tiranía del ego y los antojos del mercado, la entrega incondicional a la expresión individual y la fuerza.
«No os voy a enseñar nada, solo comparto mi experiencia». Costa Dvorezky.
«No os voy a enseñar nada, solo comparto mi experiencia».Costa Dvorezky.
Un profesor es un compañero de viaje.
Las enseñanzas de los profesores de arte suelen ser como objetos de hierro: perfectamente sólidos, con una única función concreta y una forma inalterable. Esa pieza de hierro quizá sea utilísima para el profesor, pero probablemente sea un cachivache inservible para sus alumnos. Las enseñanzas de Costa, en cambio, son como una colada de hierro fundido capaz de rellenar cualquier molde y solidificar en su justo lugar y forma. Los principios que enseña encajan en cualquier persona porque son flexibles y universales.
Sus lecciones no tratan de encajarte en un método, sino que sugieren una forma de pensar la pintura que abre una infinidad de posibilidades en la expresión personal. Así te ahorra tiempo para que encuentres tu camino, a tu manera, y aprendiendo por ti mismo… ¡como debe ser!
El único propósito que tiene Costa Dvorezky es el de conseguir que pienses pictóricamente. Y, no menos importante, que pienses por ti mismo, buscando una puerta de entrada a tu mente con el compromiso de desbloquear un canal de libertad expresiva. ¿Cuántos profesores conoces que hagan esto?
Formación
Equilibrio entre disciplina y expresión.
El mejor tiempo empleado en su vida lo gastó observando, fascinado, como su bisabuelo pintaba caballos. Fue aquel buen hombre quién le encendió la llama al ponerle por primera vez en la mano una pluma. Bendito instrumento. De modo que la primera criatura que inmortalizó en su vida, fue un caballo. Costa Dvorezky hoy es quien es —afirma— gracias a esto.
Su formación en el Colegio de Arte y la Academia de Artes de Moscú fue muy exigente. Estudió mucho y muy intensamente. ¡Anatomía y estructura por un tubo! Sin embargo, supo utilizar la disciplina a su favor sumando potencia a su nervio expresivo.
Estudió en un Moscú muy diferente al de ahora, altamente competitivo y con unos filtros de permanencia académica muy severos que le ponían duramente a prueba cada dos meses. Si bien las clases eran muy conservadoras y centradas en la comprensión profunda de la estructura, Costa admite que esa es la parte que más agilidad le ha aportado, a tal punto que afirma que aprender a observar y expresar la estructura es lo más inteligente que se le puede enseñar a un artista.
De ningún modo reniega del método de aprendizaje que recibió; es más, lo alaba y está profundamente agradecido por la excelente formación recibida. Pero al terminar sus estudios, su culo inquieto necesitaba pintar temas diferentes desde una óptica menos rígida y académica. Con el tiempo ha alcanzado un equilibrio delicioso donde el rigor académico construye sus figuras sin adormecerlas, preservando su espíritu. Es como si llevaran puesto un perfume académico en su justa medida, sin empachar.
Porque, seamos honestos, todos estamos hartos de ver siempre lo mismo. Hartos de ver cómo el academicismo es la criptonita de la expresión individual, como si la excelencia fuera una maldición que corta las alas a los artistas más capaces de volar. ¡Pero no tiene por qué ser así! Por eso es tan refrescante descubrir a artistas que aman la disciplina académica sin que eso comprometa su libertad.
Costa Dvorezky es prueba viviente de que la libertad de expresión no tiene por qué estar reñida con la disciplina. Es más, Costa te convence de que la disciplina es la llave que abre las puertas de la expresión personal. Su pintura es precisa a la vez que inmediata. La frescura no está reñida con la precisión y la corrección. El equilibrio es posible, esa es la marca de Costa.
Todo lo que te han dicho sobre la academia rusa no es cierto
Costa afirma que la escuela rusa no es tan estricta como todo el mundo cree. Es una formación académica, por supuesto, pero nada estricta. Veamos por qué.
Existe el prejuicio generalizado de que todos los artistas formados en una academia rusa pintan del mismo modo, debido a que les inculcan unos estándares muy estrictos sobre cómo deben hacerlo y terminan encajonados. Pero eso es rotundamente falso. De hecho, en la academia había total libertad de ejecución y solo se exigía que la construcción fuera sólida. Dicho de otro modo: «hazlo como quieras, pero hazlo bien.»
Es cierto que algunas voces claman que la formación académica es demasiado intelectual y encorsetada, y que se corre el riesgo de castrar la capacidad expresiva. El sector docente quizá debería renovar la agenda pedagógica para no engendrar autómatas sin ambición artística. Sin embargo, y a pesar de que la disciplina era muy real, Costa reconoce que la escuela rusa tiene una versatilidad y una libertad técnica que está a años luz de la que se imparte actualmente en muchos ateliers.
Costa Dvorezky se graduó en los 90’s, ese momento en el que el mundo entero daba un vuelco debido a la Unión Soviética, con un gran impacto para la cultura. Había mucho dibujo constructivo en sus clases, algo que ahora le gusta —y que no disfrutaba cuando estudiaba, admite. En todo caso, esa disciplina le fue de gran ayuda para comprender las formas humanas. No aprendían demasiado de dibujo y pintura a nivel de ejecución técnica, pero sí a nivel filosófico, en el modo en cómo observaban la construcción de las grandes obras de arte.
Su formación técnica era un medio, y no un fin en si mismo. De hecho, en la academia rusa no les enseñaron técnica pictórica. Los estudiantes pintaban a su manera. La formación se basaba en cómo observar y construir algo según lo observado, pero nadie te decía cómo debías hacerlo. Te guiaban hacia un concepto y los profesores no se detenían a darte instrucciones de cómo resolver todas esas ideas técnicamente; ese camino debía ser explorado por cada alumno.
Conocer los principios de la cocina es más poderoso que memorizar un puñado de recetas. Por esta razón Costa da mucha importancia al concepto: cómo abordas las cosas, cómo lo haces, por qué lo haces, y con qué vas a darte por satisfecho. Y ese es un aspecto estrictamente intelectual de la pintura que está fuera del alcance de cualquier receta, paleta o procedimiento.
Costa se siente afortunado de haber tenido a grandes profesores, una suerte que se volvió a repetir en la Academia de Arte. Los consejos que le dieron no los comprendió del todo mientras estudiaba, sino más tarde, donde cayó en la cuenta de lo verdaderamente importante que era lo que le enseñaron.
Influencias
Cuando era un chaval alucinaba con los grandes maestros. En el colegio, con los impresionistas. En la academia, se decantó por artistas conceptuales, quizá como reacción a su formación académica «¡En ese momento necesitaba un soplo de aire fresco!» —afirma.
Actualmente ha vuelto a sus inicios y a su admiración por los grandes maestros. Normalmente viaja un par de veces al año a Europa para visitar museos e intoxicarse con su pintura. Un artista debe estudiar pintura en los museos y, cuanto más madura, más claro tiene que debe aprender de ellos.
Aunque sus referentes cambian a lo largo del tiempo en la medida en que la madurez moldea sus intereses, existe una constante: Francis Bacon, de quién manifiesta sentir una profunda admiración.
Siente por la pintura de Bacon algo muy intenso, y afirma que ha sido uno de los mejores artistas que ha habido nunca. «Bacon es grande» —declara con una convicción inequívoca, bajando la mirada con humilde reverencia. Sin duda es el artista que más le ha influido en la última década y siempre estará ahí ejerciendo su influjo.
Dice no saber de qué se trata: quizá sea la sensación de carne… ¡hay algo! hay algo en Bacon que le invade los sentidos y le conmociona. No puede explicarlo con palabras, y sin embargo esa emoción está ahí funcionando a todo gas, inexplicablemente atrapada en su pintura. Costa solo sabe que hace algo con él, pero no puede explicarlo. No puede analizarlo. Sencillamente lo experimenta y está más allá de la razón y los argumentos, como todo arte de verdad que encapsula en su Naturaleza el mismo sentido trágico de la vida.